27 de enero de 2011

La satisfacción de las necesidades

El ser humano en su constante búsqueda de satisfacción de sus necesidades, debe ineludiblemente encontrarse con el entorno para cubrirlas. El lugar donde individuo y entorno se tocan para poder alimentarse, nutrirse, crecer y asimilar lo que le sirve, es la frontera contacto. Esta frontera esta llena de puertas de acceso (si deja que la energía discurra con fluidez), o que están bloqueadas (sí en algún punto del proceso la energía se ve interrumpida).

De cómo maneje el individuo esta aproximación al entorno encontrara en este lo que precisa (satisfacción) o se frustrará (perdiendo energía).

El proceso por el cual un hombre interrumpe su fluir, en beneficio de algo más estable y seguro, pero menos útil, es lo que da lugar a la neurosis. Haciendo que este ser humano que ha sido capaz de solucionar un asunto con un éxito aceptable, caiga en la trampa de pensar que es la forma de resolver todo aquello que se le parezca. Lo que en principio fue una respuesta ingeniosa y creativa, con el tiempo no deja de ser una más entre otras, que excluye la renovación y reelaboración de lo que es más adecuado, cuando las circunstancias cambian.

Partiendo del reposo, donde todas las posibilidades están dormidas a la espera de que algo las active, donde todo es potencial y nada está definido, se inicia un ciclo que se va desarrollando hasta el cierre de la necesidad (cumplimiento) o la elusión (asunto pendiente). Partiendo de este reposo, todo es fondo y nada llama nuestra atención. Poco a poco, irán surgiendo las sensaciones, que darán paso a la formación de figuras, para pasar a la acción y el contacto, y retornar al reposo una vez más si todo se completa. Volviendo a empezar de nuevo otro ciclo con lo asimilado y desechado de la anterior experiencia.

Uno inicia el proceso y al atravesarlo se transforma, enriqueciéndose (si lo completa) o empobreciéndose (si no lo cierra), habiendo depurado, asimilado y eliminado todo lo que no tiene que ver con uno. Por tanto en este continuo proceso de cierres se va creciendo lentamente obteniendo del entorno lo necesario para avanzar.

Cierto es que este proceso se ve interrumpido en múltiples ocasiones y que no se desarrolla de forma tan limpia. Dando origen a situaciones que nos atascan y nos enredan, que se mantienen en suspenso hasta que somos capaces de crear la situación donde seamos capaces de avanzar.

Estos asuntos pendientes, nos arrojan de lleno una y otra vez a ponernos a prueba, porque estamos particularmente dotados para reconocer cada una de las infinitas posibilidades que la vida nos ofrece, de cerrar lo que aún está sin hacerlo. Como quiera que tenemos una necesidad de cerrar asuntos y que estos nos persiguen de las maneras más sutiles, buscamos las oportunidades una y otra vez de perfeccionarnos y de corregir nuestras limitaciones.

Casi es como si la vida con su constante ir y venir, nos diera una y otra vez la oportunidad de hacernos más grandes ante nosotros mismos. Reconocer que un día erramos, no es determinante, reconocerlo nos da la lucidez, de poder liberarlo, de poder perdonarnos, de poder elegir diferente y mejor lo que precisemos. La vida es rica en oportunidades y solo cuando uno está preparado, la vida se nos ofrece como un lugar donde aprender.

Es muy importante que en el desarrollo de este proceso, uno maneje adecuadamente los pasos naturales de contacto y retirada. Alargar o retardar cualquiera de los dos supone perder energía y aceptar como útil, una interrupción o desvío del proceso.

Es también importante que se maneje con fluidez el paso de la conciencia a la acción, ya que una sin la otra no resultan de ayuda para cubrir las necesidades. Si tenemos conciencia sin acción, todo se queda en la fantasía y se desvanece. La acción sin conciencia, nos deja expuestos a lo compulsivo sin criterio, sin filtro, sin medida, sin saber si nos pertenece o no, sin discriminación. Por tanto una y otra se complementan de forma que el paso de una a la otra, es necesario en el individuo sano.

Dentro de cada uno de nosotros, hay una parte receptiva y otra activa, una femenina y otra masculina. Saber manejarlas sin excluir ninguna, estar en contacto con ambas y poder reconocer que hay un tiempo para sembrar, otro para dejar crecer y otro para recoger los frutos, sin saltar, eludir, pasar por encima o precipitar, es fundamental para un contacto sano y respetuoso y por extensión para una vida rica y plena.

En este proceso de satisfacción de las necesidades, hay quien pone el empeño, en obtener del entorno la fuente de su satisfacción y quien se lo procura desde uno mismo. Dependiendo de cómo uno maneje estas dos fuentes, podrá enriquecer sus posibilidades o podrá estancarse (aislándose en el caso de pensar que uno solo se puede nutrir en soledad o fundiéndose en el mundo pensando que este debe nutrirle de todo). Según que patrón adoptemos temeremos al mundo, porque sino nos aporta lo que queremos nos frustra o podremos pensar que somos autosuficientes en todo, aislándonos.

Hay algunas necesidades que son de déficit y han de ser cubiertas por otros, y tienen un principio y un final; y hay otras que son de desarrollo, que crecen y no tienen fin y no dependen de los demás.

Hay una tendencia a la propia perfección que está enturbiada por el miedo que tenemos a ver la grandeza que albergamos y que guardan los demás. No solo tememos a nuestros fantasmas, sino que nos aterra nuestra propia grandeza. Todo esto dificulta el normal desarrollo de la experiencia de ser, descubriéndose.

Cada una de las fases tiene su propio temor, sus aspectos positivos, sus bloqueos, sus miedos y cubren una necesidad. Comprender a fondo donde nos atascamos, nos deja la oportunidad de poder elegir, de poder cambiar, de poder aprender de nuestros errores o limites, sabiendo que estos se pueden trabajar porque los podemos ver. Solo aprendiendo que estos bloqueos nos son útiles y que no debemos eliminarlos, sino ampliarlos aprendiendo a manejarlos de forma más selectiva, apoyándonos en ellos y generando alternativas diferentes podremos dar mejor salida a nuestras necesidades.


Valencia, 3 de enero de 2.006

24 de enero de 2011

23 de enero de 2011

22 de enero de 2011

El darse cuenta

Lo que alcanzamos a ver siempre está limitado, soportado y completado por aquello que no vemos. Esta frontera donde lo que se reconoce y lo que se ignora, se dan la mano, se organiza como la resultante del equilibrio entre nuestra necesidad de seguridad y la de saber. Unas veces preferimos saber más y otras la seguridad de lo conocido.

Seguridad y sabiduría son dos necesidades que se soportan mutuamente y que nos completan, pero que a veces no sabemos como reconciliar y las hacemos excluyentes en el intento de alcanzar un equilibrio fiable.

Unas veces preferimos reconstruirnos de nuestros fracasos y otras eludirnos; crecer es un continuo aprendizaje, un constante descubrirse y una manera de vivir tratando de no evitar lo que nos es esencial.

Siendo en cualquier caso una frontera dinámica donde una vez obtenido un equilibrio debemos dar lugar al siguiente desequilibrio, para volver a comenzar. Esta alternancia entre equilibrio y desequilibrio nos hace ir ensanchando nuestro darnos cuenta. Nos impulsa a mirar un poco mas allá tratando de no dejar de perder pie.

Esta frontera que se expande y se contrae, solo la podemos explorar con los demás, exponiéndonos al entorno, cuestionando nuestras creencias.

La frontera que une lo conocido a lo desconocido, esta llena de puertas que están bloqueadas, que por un lado nos protegen (necesidad de seguridad) y por otro nos limitan (necesidad de saber). Podemos entonces reconocerlas y tratar de abrirlas (dándonos cuenta de algo nuevo), o bien ignorarlas y tratar de mantenerlas cerradas (bloqueando el normal fluir). Todo dependerá de sí nuestro equilibrio es valioso, o estamos empezando a pagar demasiado por el.

En el momento en que el equilibrio se desmorona, debemos revisar las puertas que velan nuestra seguridad, porque ya no nos resultan tan fiables.

Cuanta más claridad tengamos de la figura dominante, cuanto mejor sepamos diferenciar hasta donde llega nuestra responsabilidad y la de los demás, hasta donde somos y donde empezamos a confundirnos con el entorno, más lucidez tendremos y más capaces seremos de poder elegir.

Claridad y capacidad para elegir van muy unidas, siendo el darse cuenta un elemento que contribuye a la libertad. Muchas veces decir no puedo, no es más que decir, no soy capaz de ver con claridad.

Los hombres tenemos nuestra propia forma de construir la experiencia y de darle sentido. De esta manera y partiendo de nuestra atención vamos dando coherencia y consistencia a nuestra vida.

Si lo que un día fue útil lo aplicamos sin discriminar la situación, si tomamos una situación por otra basándonos en la similitud, entonces estamos dejando de ver lo diferente, lo único, lo excepcional de cada momento y estamos renunciando a cuotas de libertad en beneficio de pautas más seguras, pero que nos impiden ver con claridad.

El darse cuenta consiste en una comprensión de algo que hasta ese momento estaba oculto, confuso o poco claro, dando lugar a una figura clara. Consiste por tanto en elaborar la realidad de una forma diferente a como lo hacíamos hasta ahora, permitiendo que aflore con nitidez, lo que es más importante y urgente.

Una vez uno comprende dónde están estos límites, es cuando uno puede empezar a moverlos y empezar a sentirse responsable de lo que le ocurra. Sin límites de lo que nos pertenece, todo es ajeno y es muy fácil caer en la no responsabilidad de lo que hagamos, pues pensamos que todo es del entorno.

Sentir que no podemos, nos abruma, en su densidad y en sus propias contradicciones que no son otras que nuestras propias trampas para no salir del enredo.

El sentir que no puedo, solo deja una opción de vida; el pensar que no quiero, al menos nos deja la opción de elegir hacer o no hacer, y esto nos lleva de lleno, a valorar que es lo que estamos dispuestos a pagar por cada opción.

El darse cuenta es un proceso, una forma de experimentar, no de pensar, que surge de forma integral cuando uno esta en contacto con su necesidad más urgente en ese momento.

Para que se forme una figura clara hace falta entrar en contacto con la realidad y estar en ella, no fuera de ella. Es un proceso de la experiencia, donde las razones de poco sirven. Siempre está evolucionando, en constante cambio y sé esta trascendiendo en un continuo sin fin.

En este proceso del darse cuenta siempre hay un precio, por tomar lo que se desea y un riesgo por aprender y ser.

Solo si me hago cargo de las parcelas de mí que niego, solo si las hago mías y las reconozco en mí, podré trabajarlas y emplearlas con mi criterio. Si estoy capacitado para manejar una cualidad cualquiera y establecer él limite de lo que le quiero conceder, podré hacerme cargo de mi libertad. Excluir, distorsiona nuestra visión de la realidad delegando la facultad de responsabilizarnos en lo externo.

Con el darse cuenta no se trata de hacer esto o aquello, sino de elegir hacerlo o no. Interrumpimos la resistencia y podemos desbloquear el atasco, con lo que el darse cuenta, ya no nos permite volver atrás, ni engañarnos, mientras que cuando estamos en el plano mental, sí podemos ponernos trampas y atajos.

Los límites no aislan, aclaran, delimitan la frontera de contacto de uno y de otro, de una cualidad y su contrario, de una necesidad y otra, de forma que podamos encontrar una frontera donde poder encontrarnos, elegir o cuidarnos.

Hay una gran diferencia entre pensar que todo lo conocido es uno y reconocer que más allá de una frontera, uno no se conoce y se tiene que buscar. Lo primero nos invade de forma que no encontramos límites a nuestra identidad y en lo segundo lo vamos ensanchando reconociéndolo lentamente.

Con el darse cuenta uno distingue entre la compulsión y el empleo sano de un rasgo de carácter, con lo que uno elige ser esto o aquello.

Solo nos podemos reconocer a través de los demás, nada es sin el otro, sin un contraste, nada puede crecer sin el otro, por esto es importante darme cuenta de hasta donde llego yo y hasta donde el otro.

El darse cuenta integra un problema con creatividad. Solo una figura clara produce un cambio de fondo. Para el cambio es preciso ver.

En el proceso del darse cuenta el organismo moviliza su agresividad, para tomar del entorno y asimilar. Mediante la agresión se contacta con él estimulo, de forma que se produce un rechazo o una asimilación, dando lugar a un nuevo proceso de formación de figuras.

La pregunta cuando uno ve, es que precio estoy dispuesto a pagar, en lugar de que es lo que no quiero perder, para aprender y ser.

Instalarnos como normal en la confusión es aceptar que no nos queremos responsabilizar de nuestras vidas y de nuestras decisiones.

Los cambios se producen cuando uno ve, hasta entonces cualquier intento de cambio no deja de ser una cuestión de imagen, algo artificial, que niega más parcelas, que integra.

Los cambios cuando uno ve, se producen de forma natural. Al percibir diferente, somos diferentes y ampliamos el repertorio de recursos.

Las personas por naturaleza tendemos hacia la salud, debemos confiar más en la sabiduría de las personas, de que son y serán capaces de ampliar aquello que les pese demasiado.

Cuando decimos no puedo, esto nos protege siempre de algo.

Los neuróticos pagamos un precio muy alto por algo que no vale tanto. Es como el delincuente que teme más la angustia de que lo apresen y renuncia a la libertad que tiene, entregándose.



Valencia, 8 de diciembre de 2.005

17 de enero de 2011

El silencio necesario



Algunos hombres, llegan a un tramo del camino y se preguntan dónde perdieron el sendero que tan bien iban trazando hasta entonces. Todo se desvanece a su alrededor y lo que en otro tiempo les daba consuelo y apoyo, solo les señala un camino sin retorno. Se sienten obligados a hacer un movimiento, pero no saben cual.






Entonces, algunos chapotean en el mar de las ideas y las razones, rebuscan tratando de encontrar algo válido y fiable, que dé un poco de sentido a la sensación de perdida y destrucción. Sienten que se están perdiendo en su propia vida. Buscan con desesperación, algo que les recuerde el camino de vuelta y que existe alguna conexión entre lo que fué y lo que es. Una idea que afiance sus quebradizos pasos. Cuanto más vulnerables se vuelven, más se agarran a lo conocido y miran hacia atrás, en un círculo sin fin, yendo a las fuentes de las que salieron.




Todo esto, les devuelve la sensación de fracaso profundo, al fin y al cabo, hasta no hacía mucho, eran capaces de salir adelante con buenas razones, explicaciones y determinación. Y ahora todo, parece venirse abajo, como un castillo de naipes frente a una simple corriente. Comparan, miden, evalúan y contrariados se preguntan dónde se extraviaron del camino principal; se cuestionan dónde han llegado y cómo es que allí se encuentran, sin atinar a saber, de dónde vienen. Esta sensación de derrota, se acentúa en la medida que ceden al impulso de llenar el silencio que se va imponiendo, con el ruido mental.




Es entonces cuando de pronto, toman conciencia de que de nada sirve buscar, ni rellenar y por eso de forma intuitiva, pueden empezar a esperar. Se detienen y se asoman al silencio. A veces sin más encuentran calma y se asustan de esta, sin nada que hacer, sin nada que les diga como mantenerla.




Saben que no deben ir detrás del futuro, tampoco del pasado, siendo así que darían vida a todos los fantasmas que dejaron y a los que vendrán. Precisan de una continuidad que arrope la travesía de este silencio que es necesario. Más sin buscar su continuidad, esta ocurre al cesar la búsqueda.




El silencio, entonces es necesario, para poder recuperar la calma y desde ahí, el sentir de lo que late dentro, que al fín y al cabo es lo que pide paso.





Valencia, 12 de enero de 2.011

15 de enero de 2011

11 de enero de 2011

Fuentes

El hombre, a lo largo del tiempo ha ido tratando de resolver como mejor podía la tensión entre sus deseos y las pretensiones del entorno, de las que dependía y de las que se nutría para su propia satisfacción.

Conviven en el de forma simultanea, un instinto de vida y otro de conservación, el primero nos empuja a la individualidad y el segundo a fundirnos con el entorno. Cada uno de estos tiene su propio miedo. Mientras el primero conecta con el temor a la separación y la soledad, el segundo con el temor a estancarnos y a no ser nadie.

Con el instinto de vida podemos llegar a encontrar sentido a la vida, (albergando la idea de poder reencontrarnos con nosotros mismos en ese proceso de crecimiento y de ser aceptados incondicionalmente por el entorno) y alcanzar la plenitud, pero corremos el riesgo de sentirnos abandonados si no lo logramos.

Por otro lado con el instinto de muerte, podemos vivir una vida más segura, más adaptada, más conforme a todo, pero corremos el riesgo de que sea una vida hueca. Y esto en el fondo, nos asusta tanto como lo anterior. Donde acabemos alienados, o desconectados de nuestras necesidades más propias.

Se podría dar la paradoja de sentirse solo rodeado de gente. Como tanta gente, haciendo suyas las necesidades del entorno, o en el otro extremo, aquellos que hacen de las propias, las únicas a considerar.

En la tensión de estos dos instintos de supervivencia (el de muerte ) y de autorrealizacion (el de vida ) nos debatimos, para poder ir encontrando el lugar donde estemos en equilibrio.

Equilibrio que no es algo que una vez logrado se mantiene constante, sino que es dinámico y en perpetuo cambio. Se trata más de una consecuencia, que de un fin en sí mismo; más de un logro, que de un objetivo. Esto nos lleva a que no existe formula alguna, que no sea la experiencia de cada cual y su propia búsqueda. Las cosas son o no importantes, en función de cómo las vivamos. No es tan importante qué se haga, sino cómo se haga, y una vez más, ahí no tenemos más referencias, que las originales de cada uno, sacadas aunque sea de contrastar la experiencia de los demás, a través de la nuestra.

En este proceso de encuentro de lo que nos es propio, reconociendo la parte nuestra individual y la común a los demás, desarrollamos él si mismo, en un proceso de constante expansión y contracción de lo que somos. Este proceso va desenvolviendo capas cada vez más integradas de consciencia y esto solo se puede realizar a través de la tensión del individuo al exponerse al entorno, con el que debe ir negociando su propio desarrollo y espacio.

Se piensa que el hombre si se da un entorno lo suficientemente nutritivo puede llegar a desarrollarse y sacar lo mejor de sí mismo.

Condenado a vivir, el hombre se enfrenta por el simple hecho de existir, a la exigencia de tener que elegir. Lo quiera o no, escoge esto y deja aquello, decide ir por este camino y renuncia a explorar aquel otro. En definitiva, aunque no quiera elegir, debe hacerlo. Aunque su decisión, sea no hacer nada. Traza su camino, con la resultante de lo que toma y lo que deja. Esto hace que el hombre sea un ser que se crea eligiéndose.

Y esta misma urgencia de crearnos a nosotros mismos, nos arroja de lleno, a la insalvable soledad y responsabilidad, de no poder delegar en nadie, al no poder obtener respuesta alguna válida a nuestras preguntas, fuera de nosotros. Frente a esta responsabilidad el hombre se encoge, no sea que no este a la altura de lo que se pretende de él y de lo que espera él, de sí mismo.

Es un camino solitario y sin culpa no hay crecimiento. El hombre siente que debe acertar en sus decisiones y que de ello dependerá su felicidad, que todo debe tener un sentido, que al menos le devuelva una sensación de estabilidad con su propia identidad. Entonces se instala en la lógica, o en el intento de controlar la vida, como si la vida tuviera alguna lógica. Y en ese esfuerzo de controlar el presente, da sentido a su pasado y lo estanca, y proyecta su futuro, dejando de lado el vivir el ahora.

El hombre es una realidad inacabada, incompleta y que contiene todo, y en ese proceso de descubrirse, de pasar de lo potencial a lo real, es contradictorio. El ser humano no deja de ser una posibilidad de ser, una entre tantas.

Aprender a reconocernos como seres en constante cambio, que tenemos dentro de nosotros, esto y su opuesto, y que uno y otro ampara al contrario, solo se puede comprender si abandonamos las apariencias y las pretensiones de que sean estables. Una cualidad contiene la contraria, que solo tiene sentido y vida en la medida en que se van alternando y dejándose interrelacionar.

Esta comprensión intuitiva, nada racional de lo que somos, nos arroja de lleno a la comprensión de lo que son las cosas en sí mismas, sin adornos. Clasificar, ordenar la realidad en fracciones no conduce a nada estable, como se pretende.

Y este ser que se va forjando, debe ir asumiéndose, en la medida que va decidiendo. Debe aprender a cometer errores y a recomponerse de ellos. Lo importante no es tanto lo que nos toque vivir, sino qué hagamos con esto que nos toca vivir. La plenitud se alcanza creciéndose, ante aquello que nos puede destruir.

El hombre es limitado en su conocimiento y en su seguridad, y con esto debe decidir. Atravesar el umbral que va de la razón a la fé, es una cuestión esencial en el hombre, porque pasamos del control a la confianza.

Entre el individuo enajenado y controlador y la persona, hay dos formas de relacionarse con el otro. El Yo - Ello y el Yo -Tú. En el primero se da el control y en el segundo el encuentro. El primero es un medio para un fin y manipula; el segundo es un fin en sí mismo. El paso del primero al segundo es el paso del monologo al dialogo. En el primero hay solo mentes, mientras que en el segundo encuentro de almas.


El hombre es un ser que solo puede llegar a ser en la medida en que alguien le devuelve algo, en la medida en que hay un otro con que se relaciona. En la medida en que se reconoce con y a través de otro. El hombre sano debe considerar esta interacción entre individuo y entorno, no como algo limitador, sino como una totalidad más amplia e integradora, que con sus límites le va dando forma.

Solo de la negociación entre entorno e individuo puede este salir con más vitalidad, aportando su propia singularidad, dejándola que se vaya forjando con los demás, en un encuentro lo más humano posible.

Ir estableciendo un mayor contacto con nuestro entorno, estableciendo limites más claros entre este y nosotros, comprender que es nuestro y que del otro, que nos toca solucionar a nosotros y que al otro, nos permite ir desarrollándonos como individuos únicos e irrepetibles, conectando con lo que tenemos en común con los demás, que no es poco.

Después de satisfechas las necesidades de seguridad, surgen otras del desarrollo, que no se cumplen adaptándose, sino aprendiendo a vivir, no se cubren por los demás, sino con los demás y fruto de un descubrimiento de lo que es valioso para uno.

El hombre trata de pactar con la vida troceando la realidad que no quiere reconocer como dinámica y vital, con la pretensión de que si cumple con su parte, la vida le respetara. Tratar de congelar el discurrir de la vida de este modo, nos conduce a la neurosis. Esta búsqueda de la seguridad, esta condenada al fracaso antes o después, y la vida se empeña de una forma u otra de escurrirse al control.

Intercambiamos sufrimiento neurótico, a cambio de aquel otro que es existencial. Dejar de pensar en lo que podría ser y pasar a vivirlo, es dejar espacio a que afloren aspectos de nosotros más integrados. Dejar que las cosas sean lo que son, sin tanta clasificación, es la forma de permitir encarar la vida en lo que es. En la medida que pretendemos arrastrar conductas y circunstancias del pasado, o expectativas del futuro al presente, le estamos dando espacio a la neurosis. Esta solo habita en la huída del presente.

Muchas veces preferimos no ver la realidad de lo que precisamos para nuestra propia felicidad y lo cambiamos, por el engaño de algo más seguro. Congelamos con una distancia emocional aquello que nos toca, poniendo espacio, palabras huecas, desviando la atención, deshaciendo la emoción, justificando, etc., en un proceso que lo único que perpetúa es la ausencia de presencia y de encuentro con el otro.

Es muy importante darnos cuenta de que nosotros solo vemos lo que vemos, y que esto está limitado por precisamente la vasta extensión de lo que no vemos. Al no poder reconocer otras formas más allá, ahí tenemos un punto ciego, en soledad no podemos crecer y es preciso el contraste desde fuera porque somos malabaristas en el arte de autoengañarnos.

La necesidad de control y la supervivencia mandan hasta que nuestro frágil equilibrio se desmorona y estamos preparados para ver más allá.

Momento en que empezamos a DARNOS CUENTA de que lo visto y reconocido como familiar, no es más que una parte dentro de un todo mucho más amplio.


Valencia, 13 de noviembre de 2.005

10 de enero de 2011

¿Qué quedará de mi?

Hay un momento en que uno para poder saber qué le corresponde, no le queda más camino que el silencio. No es tanto la ausencia de ruido, sino más bien, permitir el espacio para que aflore lo que está oculto detrás de las presiones que impuestas o asumidas, tomamos como propias.







Así, que llega un momento en que uno se siente amenazado, porque no sabe, si sabrá contenerse después de bajar las presiones. No sabe si existe vida más allá de este paso de escucharse en silencio, esperando y aceptando lo que surja, para darle forma.







Dejar de contemplar la realidad como algo hacia lo que ir y empezar a dejarla que se despliegue con uno mismo es aterrador. Al fin y al cabo la cuestión de fondo que sobrevuela todo cambio potencial, es ¿qué quedará de mi?.

9 de enero de 2011

Más que el problema, nos inquieta no saber donde está este.