26 de agosto de 2009

La represión nunca fué salud












La represión nunca albergó la salud. Toda represión tiende a la división. Prefabrica la realidad y la acomoda a un modelo. Fuera de esto, hay que extinguir, no sea que nos invada. La represión nace del miedo, de la falta de la confianza en que podré afrontar esta experiencia con mis recursos. Nace de la negación de partes de uno mismo y de la falta de reconocimiento y espacio a lo que no nos gusta.



Quien reprime impone en algún rincón de su entender, que hay parcelas que deben ser de un modo y permanecer inalterables. Esto da origen a una defensa de lo construído. Edificar sobre este pilar, antes que en la posible renovación del mismo, nos desconecta de la vida.


Pone la energía en la contención, no en la apertura. En su propio esfuerzo por evitar, recorta posibilidades vitales, más allá del centro de obsesión. Tanto pongo en no cruzar las fronteras que eludo, que pierdo de vista lo inmediato. Por tanto la represión provoca falta de lucidez y visión.


La represión aisla, pues no me permite, ni ser, ni expresarme en mi totalidad. No todo lo que deseo me conviene, ni me hace bien, pero debe ser desde la libertad a la renuncia y no desde el temor que reprime.



La represión no solo poda las ramas, nos arranca las raíces, condenandonos a vivir en el aire.


Supone tener una puerta trasera que guardar, por donde en cualquier momento pueden aparecer nuestros peores fantasmas, esto nos impide estar disponibles y presentes, siempre con la atención dividida, no sea que algo se mueva. Supone tener siempre miedo a que ocurra lo que más se teme. Es una enorme privación de libertad personal.


Por último hay quien reprime con tal fuerza, que triunfa en erradicar. Estos suelen sentir que están por encima de los demás amparándose en su fortaleza, cuando lo que suelen alcanzar es un estado permanente de tensión que aflora en los alrededores.

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