5 de octubre de 2015

Una partida de ajedrez

     A menudo, intento ordenar las piezas en el tablero de la vida, para que cada aspecto de la vida, tenga su casilla y de esta manera pueda saber que puedo esperar y que pueden esperar de mi. Esa compulsión a ordenar, que venía disfrazada de cuidado al otro, se me ha mostrado sencillamente como miedo a vivir.

     ¿Qué pasaría si no coloco las piezas antes de empezar la partida?, ... ¿que ocurriría si tomo un alfil en la mano y dejo que se pose donde yo sienta, no donde está más seguro? ... ¿ que sucedería si la torre en lugar de buscar la protección de las esquinas, se arriesga a salir al medio y estar en el centro de todas las miradas, sin las espaldas cubiertas?

      Y de pronto, .... Empece a jugar sin adelantar la jugada siguiente, ni la jerarquía del movimiento, ni la protección de las piezas, y empezó una secuencia de figuras que se suceden sin fin, dando lugar unas a otras de manera inexplicable. Una vez que abandoné el fijar la posición, el movimiento se despliega sin remedio.

      En un momento la prioridad puede parecer esta, la atiendo y tal como viene se desploma y da lugar a otro movimiento de fondo, que se abre paso, para relegar otros movimientos que estaban danzando alrededor al olvido y liberar espacio; y aparece de nuevo otra figura, que se solapa a las anteriores y sobre las que se apoya para continuar ... Y de pronto comprendo lo absurdo que ha sido jugar a ordenar las piezas, frente a dejarlas que se coloquen, como si fueran hojas que caen de un árbol en otoño. Ellas solas se van colocando sino intento ordenarlas antes de tener que posarse. 

     Dedicado especialmente a Olivier y al Café Lisboa, por todo lo que vino después.


Valencia, 28 de septiembre de 2015

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