6 de septiembre de 2015

El desapego

Hacemos a menudo una identidad entre desapego y falta de interés por el otro. Como si el desapego irremediablemente nos condenara al abandono de las relaciones y a la dejadez, y ambas a la soledad y el aislamiento.

Yo creo que no me puedo reconocer, sino se da un espacio donde me encuentre con el otro, en un nosotros. Cada día me resulta más complejo separar qué es tu y qué es yo, y más sencillo observar el devenir del nosotros en constante movimiento. Con sus idas y venidas, con sus mareas, sus ciclos. 

Dicho esto, es decir que preciso del otro para reconocerme y del vínculo para pertenecer, ¿ donde ubico el desapego entonces, para que no me condene a la soledad ?

Sencillo, tanto que me fascina por su simpleza. El apego empieza en donde yo me invento lo que no existe y lo colocó en la relación. Es justo ahí donde me engancho a una fantasía y me quedo colgado de poder completarla, si en mi molde no encaja. Es justo en la torpeza de querer que sea lo que no es, donde empieza el apego, porque este nace de la insuficiencia en mi, que busca completarse en una idea y quiero algo que no existe, por eso me vuelvo carente, dependiente, apegado.

Si en lugar de inventarme lo que hay, lo disfruto y lo experimento, sin más, no me apego, siempre es lo que se da y nunca hay juicio de bueno, ni malo, se da y en este sentido es perfecto, completo y lo más grande, yo soy libre y no preciso apegarme a ninguna fantasía.

Esto no evita el dolor, pero duele la vida real y conlleve la tristeza que nos devuelve a la vida y no nos deja a la deriva de la melancolía, esta que se recrea en lo que pudo haber sido y no fue.

Valencia, 6 de septiembre de 2.015

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