25 de noviembre de 2009

Un dios menor

No es lo mismo diferenciar y reconocer las partes que me configuran (personalidad, cuerpo, emoción,...) identificándome con alguna de ellas o secuenciálmente con cada una de ellas que experimentarme como una conciencia unificada, que integra todas. La cuestión diferencial está en identificarnos con una de ellas o sucesivamente con varias, privilegiando linealmente unas en favor de otras, frente al permitir la expresión de la totalidad. El estado de división, originado por la identificación de una o varias partes, nos arroja a un campo de batalla interno que no tiene solución desde un centro de poder. A pesar de que a menudo pensamos es posible y se considera, que esa es la mayor aspiración del hombre maduro, es decir aquel que es capaz de gobernar con orden sus diferentes áreas. Yo creo que esto esconde una falsa sensación de poder personal (soy capaz) en cuanto a que mi ser no me supera y puedo manejarme sin mayores contratiempos. Y creo que estaríamos hablando de un tipo de madurez como adaptación social y no tanto de otra, entendida como integración. Por otro lado la fractura interna, origina luchas internas de poder, donde cada una de las partes reclama su propio protagonismo, boicoteando al resto y trabajando por separado. Cada parte se olvida (y no puede ser de otro modo pues solo existen cuando el centro de poder se identifica con ella, cobrando vida propia entonces) de integrar y armonizar al resto, de modo que emplea la energía disponible en su propio y beneficio, malgastándola en apuntalar las fronteras que separan esas supuestas partes, para controlar unas a otras. Hay una profunda diferencia entre sentirse como fracciones dispersas y sentirse una unidad. Cuando uno se siente una secuencia de partes y se va identificando sucesívamente con algunas de ellas y hasta trata de eliminar el rastro de algunas otras, sencíllamente se convierte en un dios menor, de poca altura, que pierde toda su fuerza en mantener las fronteras que ha inventado. Generálmente este dios menor, es la razón, que somete a todas las demás a su lógica y sus imperativos, en beneficio de la aceptación social. Sin embargo existe una forma de percibirse más extensa, donde no hay batallas internas y que no está al alcance de la razón y que más bien aflora en su ausencia. Así como en la batalla interna el centro de poder (ese dios menor) que creemos gobierna, se desgasta en delimitar qué concesión hace a cada parte y qué antepone a qué, dejándose la energía vital por el camino y tratando de encontrar pactos que no dañen al conjunto, cuando uno se experimenta como totalidad y se permite, no está en conflicto, se vive, no se desgasta, se expresa, no se esfuerza, descansa porque no tiene prisa, ni urgencia, ni conflicto, las cosas son y las experimenta, las vive y las acepta desde una condición de aceptar que eso es lo que toca, sin censura, sin apremio. Creo que cuando uno puede vislumbrar este donde las energías dispersas se unifican, donde uno no se pierde en las partes, sino que se encuentra en la totalidad, hay un sentimiento de dicha, de satisfacción, de esperanza, que le aleja de las tensiones previas donde tenía que haber vencedores y vencidos. Cuando uno roza este ámbito aunque sea ligeramente, pienso que a pesar de no ser capaz en todo momento de desidentificarse con las partes en cuestión, gana un fondo sobre el que edificarse más rico y vital. Ahí el dolor es diferente, es parte de la vida, porque la vida es difícil a veces, pero no es que le demos más peso a una parte que a otra, con la condena de sabernos partidos y en conflicto. Al final confundimos la parte con el todo y a esa parte que le damos un poder un especial, lo encumbramos a la categoría de dios, capaz de generar, gobernar, dirigir y crear nuestra vida, hasta el punto de que debe terminar pareciéndose a lo que hemos planificado, porque de lo contrario sentimos que no somos nada. Así lo unico que conseguimos es que ese dios, se convierta en un tirano, es decir que es un dios menor que solo sabe alimentarse de nuestra falta de conciencia de unidad, pues en cuanto uno alcanza ese lugar y puede quedarse en él, no hay quien pueda ser centro de nada y uno pasa a estar centrado.

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