22 de enero de 2011

El darse cuenta

Lo que alcanzamos a ver siempre está limitado, soportado y completado por aquello que no vemos. Esta frontera donde lo que se reconoce y lo que se ignora, se dan la mano, se organiza como la resultante del equilibrio entre nuestra necesidad de seguridad y la de saber. Unas veces preferimos saber más y otras la seguridad de lo conocido.

Seguridad y sabiduría son dos necesidades que se soportan mutuamente y que nos completan, pero que a veces no sabemos como reconciliar y las hacemos excluyentes en el intento de alcanzar un equilibrio fiable.

Unas veces preferimos reconstruirnos de nuestros fracasos y otras eludirnos; crecer es un continuo aprendizaje, un constante descubrirse y una manera de vivir tratando de no evitar lo que nos es esencial.

Siendo en cualquier caso una frontera dinámica donde una vez obtenido un equilibrio debemos dar lugar al siguiente desequilibrio, para volver a comenzar. Esta alternancia entre equilibrio y desequilibrio nos hace ir ensanchando nuestro darnos cuenta. Nos impulsa a mirar un poco mas allá tratando de no dejar de perder pie.

Esta frontera que se expande y se contrae, solo la podemos explorar con los demás, exponiéndonos al entorno, cuestionando nuestras creencias.

La frontera que une lo conocido a lo desconocido, esta llena de puertas que están bloqueadas, que por un lado nos protegen (necesidad de seguridad) y por otro nos limitan (necesidad de saber). Podemos entonces reconocerlas y tratar de abrirlas (dándonos cuenta de algo nuevo), o bien ignorarlas y tratar de mantenerlas cerradas (bloqueando el normal fluir). Todo dependerá de sí nuestro equilibrio es valioso, o estamos empezando a pagar demasiado por el.

En el momento en que el equilibrio se desmorona, debemos revisar las puertas que velan nuestra seguridad, porque ya no nos resultan tan fiables.

Cuanta más claridad tengamos de la figura dominante, cuanto mejor sepamos diferenciar hasta donde llega nuestra responsabilidad y la de los demás, hasta donde somos y donde empezamos a confundirnos con el entorno, más lucidez tendremos y más capaces seremos de poder elegir.

Claridad y capacidad para elegir van muy unidas, siendo el darse cuenta un elemento que contribuye a la libertad. Muchas veces decir no puedo, no es más que decir, no soy capaz de ver con claridad.

Los hombres tenemos nuestra propia forma de construir la experiencia y de darle sentido. De esta manera y partiendo de nuestra atención vamos dando coherencia y consistencia a nuestra vida.

Si lo que un día fue útil lo aplicamos sin discriminar la situación, si tomamos una situación por otra basándonos en la similitud, entonces estamos dejando de ver lo diferente, lo único, lo excepcional de cada momento y estamos renunciando a cuotas de libertad en beneficio de pautas más seguras, pero que nos impiden ver con claridad.

El darse cuenta consiste en una comprensión de algo que hasta ese momento estaba oculto, confuso o poco claro, dando lugar a una figura clara. Consiste por tanto en elaborar la realidad de una forma diferente a como lo hacíamos hasta ahora, permitiendo que aflore con nitidez, lo que es más importante y urgente.

Una vez uno comprende dónde están estos límites, es cuando uno puede empezar a moverlos y empezar a sentirse responsable de lo que le ocurra. Sin límites de lo que nos pertenece, todo es ajeno y es muy fácil caer en la no responsabilidad de lo que hagamos, pues pensamos que todo es del entorno.

Sentir que no podemos, nos abruma, en su densidad y en sus propias contradicciones que no son otras que nuestras propias trampas para no salir del enredo.

El sentir que no puedo, solo deja una opción de vida; el pensar que no quiero, al menos nos deja la opción de elegir hacer o no hacer, y esto nos lleva de lleno, a valorar que es lo que estamos dispuestos a pagar por cada opción.

El darse cuenta es un proceso, una forma de experimentar, no de pensar, que surge de forma integral cuando uno esta en contacto con su necesidad más urgente en ese momento.

Para que se forme una figura clara hace falta entrar en contacto con la realidad y estar en ella, no fuera de ella. Es un proceso de la experiencia, donde las razones de poco sirven. Siempre está evolucionando, en constante cambio y sé esta trascendiendo en un continuo sin fin.

En este proceso del darse cuenta siempre hay un precio, por tomar lo que se desea y un riesgo por aprender y ser.

Solo si me hago cargo de las parcelas de mí que niego, solo si las hago mías y las reconozco en mí, podré trabajarlas y emplearlas con mi criterio. Si estoy capacitado para manejar una cualidad cualquiera y establecer él limite de lo que le quiero conceder, podré hacerme cargo de mi libertad. Excluir, distorsiona nuestra visión de la realidad delegando la facultad de responsabilizarnos en lo externo.

Con el darse cuenta no se trata de hacer esto o aquello, sino de elegir hacerlo o no. Interrumpimos la resistencia y podemos desbloquear el atasco, con lo que el darse cuenta, ya no nos permite volver atrás, ni engañarnos, mientras que cuando estamos en el plano mental, sí podemos ponernos trampas y atajos.

Los límites no aislan, aclaran, delimitan la frontera de contacto de uno y de otro, de una cualidad y su contrario, de una necesidad y otra, de forma que podamos encontrar una frontera donde poder encontrarnos, elegir o cuidarnos.

Hay una gran diferencia entre pensar que todo lo conocido es uno y reconocer que más allá de una frontera, uno no se conoce y se tiene que buscar. Lo primero nos invade de forma que no encontramos límites a nuestra identidad y en lo segundo lo vamos ensanchando reconociéndolo lentamente.

Con el darse cuenta uno distingue entre la compulsión y el empleo sano de un rasgo de carácter, con lo que uno elige ser esto o aquello.

Solo nos podemos reconocer a través de los demás, nada es sin el otro, sin un contraste, nada puede crecer sin el otro, por esto es importante darme cuenta de hasta donde llego yo y hasta donde el otro.

El darse cuenta integra un problema con creatividad. Solo una figura clara produce un cambio de fondo. Para el cambio es preciso ver.

En el proceso del darse cuenta el organismo moviliza su agresividad, para tomar del entorno y asimilar. Mediante la agresión se contacta con él estimulo, de forma que se produce un rechazo o una asimilación, dando lugar a un nuevo proceso de formación de figuras.

La pregunta cuando uno ve, es que precio estoy dispuesto a pagar, en lugar de que es lo que no quiero perder, para aprender y ser.

Instalarnos como normal en la confusión es aceptar que no nos queremos responsabilizar de nuestras vidas y de nuestras decisiones.

Los cambios se producen cuando uno ve, hasta entonces cualquier intento de cambio no deja de ser una cuestión de imagen, algo artificial, que niega más parcelas, que integra.

Los cambios cuando uno ve, se producen de forma natural. Al percibir diferente, somos diferentes y ampliamos el repertorio de recursos.

Las personas por naturaleza tendemos hacia la salud, debemos confiar más en la sabiduría de las personas, de que son y serán capaces de ampliar aquello que les pese demasiado.

Cuando decimos no puedo, esto nos protege siempre de algo.

Los neuróticos pagamos un precio muy alto por algo que no vale tanto. Es como el delincuente que teme más la angustia de que lo apresen y renuncia a la libertad que tiene, entregándose.



Valencia, 8 de diciembre de 2.005

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