11 de enero de 2011

Fuentes

El hombre, a lo largo del tiempo ha ido tratando de resolver como mejor podía la tensión entre sus deseos y las pretensiones del entorno, de las que dependía y de las que se nutría para su propia satisfacción.

Conviven en el de forma simultanea, un instinto de vida y otro de conservación, el primero nos empuja a la individualidad y el segundo a fundirnos con el entorno. Cada uno de estos tiene su propio miedo. Mientras el primero conecta con el temor a la separación y la soledad, el segundo con el temor a estancarnos y a no ser nadie.

Con el instinto de vida podemos llegar a encontrar sentido a la vida, (albergando la idea de poder reencontrarnos con nosotros mismos en ese proceso de crecimiento y de ser aceptados incondicionalmente por el entorno) y alcanzar la plenitud, pero corremos el riesgo de sentirnos abandonados si no lo logramos.

Por otro lado con el instinto de muerte, podemos vivir una vida más segura, más adaptada, más conforme a todo, pero corremos el riesgo de que sea una vida hueca. Y esto en el fondo, nos asusta tanto como lo anterior. Donde acabemos alienados, o desconectados de nuestras necesidades más propias.

Se podría dar la paradoja de sentirse solo rodeado de gente. Como tanta gente, haciendo suyas las necesidades del entorno, o en el otro extremo, aquellos que hacen de las propias, las únicas a considerar.

En la tensión de estos dos instintos de supervivencia (el de muerte ) y de autorrealizacion (el de vida ) nos debatimos, para poder ir encontrando el lugar donde estemos en equilibrio.

Equilibrio que no es algo que una vez logrado se mantiene constante, sino que es dinámico y en perpetuo cambio. Se trata más de una consecuencia, que de un fin en sí mismo; más de un logro, que de un objetivo. Esto nos lleva a que no existe formula alguna, que no sea la experiencia de cada cual y su propia búsqueda. Las cosas son o no importantes, en función de cómo las vivamos. No es tan importante qué se haga, sino cómo se haga, y una vez más, ahí no tenemos más referencias, que las originales de cada uno, sacadas aunque sea de contrastar la experiencia de los demás, a través de la nuestra.

En este proceso de encuentro de lo que nos es propio, reconociendo la parte nuestra individual y la común a los demás, desarrollamos él si mismo, en un proceso de constante expansión y contracción de lo que somos. Este proceso va desenvolviendo capas cada vez más integradas de consciencia y esto solo se puede realizar a través de la tensión del individuo al exponerse al entorno, con el que debe ir negociando su propio desarrollo y espacio.

Se piensa que el hombre si se da un entorno lo suficientemente nutritivo puede llegar a desarrollarse y sacar lo mejor de sí mismo.

Condenado a vivir, el hombre se enfrenta por el simple hecho de existir, a la exigencia de tener que elegir. Lo quiera o no, escoge esto y deja aquello, decide ir por este camino y renuncia a explorar aquel otro. En definitiva, aunque no quiera elegir, debe hacerlo. Aunque su decisión, sea no hacer nada. Traza su camino, con la resultante de lo que toma y lo que deja. Esto hace que el hombre sea un ser que se crea eligiéndose.

Y esta misma urgencia de crearnos a nosotros mismos, nos arroja de lleno, a la insalvable soledad y responsabilidad, de no poder delegar en nadie, al no poder obtener respuesta alguna válida a nuestras preguntas, fuera de nosotros. Frente a esta responsabilidad el hombre se encoge, no sea que no este a la altura de lo que se pretende de él y de lo que espera él, de sí mismo.

Es un camino solitario y sin culpa no hay crecimiento. El hombre siente que debe acertar en sus decisiones y que de ello dependerá su felicidad, que todo debe tener un sentido, que al menos le devuelva una sensación de estabilidad con su propia identidad. Entonces se instala en la lógica, o en el intento de controlar la vida, como si la vida tuviera alguna lógica. Y en ese esfuerzo de controlar el presente, da sentido a su pasado y lo estanca, y proyecta su futuro, dejando de lado el vivir el ahora.

El hombre es una realidad inacabada, incompleta y que contiene todo, y en ese proceso de descubrirse, de pasar de lo potencial a lo real, es contradictorio. El ser humano no deja de ser una posibilidad de ser, una entre tantas.

Aprender a reconocernos como seres en constante cambio, que tenemos dentro de nosotros, esto y su opuesto, y que uno y otro ampara al contrario, solo se puede comprender si abandonamos las apariencias y las pretensiones de que sean estables. Una cualidad contiene la contraria, que solo tiene sentido y vida en la medida en que se van alternando y dejándose interrelacionar.

Esta comprensión intuitiva, nada racional de lo que somos, nos arroja de lleno a la comprensión de lo que son las cosas en sí mismas, sin adornos. Clasificar, ordenar la realidad en fracciones no conduce a nada estable, como se pretende.

Y este ser que se va forjando, debe ir asumiéndose, en la medida que va decidiendo. Debe aprender a cometer errores y a recomponerse de ellos. Lo importante no es tanto lo que nos toque vivir, sino qué hagamos con esto que nos toca vivir. La plenitud se alcanza creciéndose, ante aquello que nos puede destruir.

El hombre es limitado en su conocimiento y en su seguridad, y con esto debe decidir. Atravesar el umbral que va de la razón a la fé, es una cuestión esencial en el hombre, porque pasamos del control a la confianza.

Entre el individuo enajenado y controlador y la persona, hay dos formas de relacionarse con el otro. El Yo - Ello y el Yo -Tú. En el primero se da el control y en el segundo el encuentro. El primero es un medio para un fin y manipula; el segundo es un fin en sí mismo. El paso del primero al segundo es el paso del monologo al dialogo. En el primero hay solo mentes, mientras que en el segundo encuentro de almas.


El hombre es un ser que solo puede llegar a ser en la medida en que alguien le devuelve algo, en la medida en que hay un otro con que se relaciona. En la medida en que se reconoce con y a través de otro. El hombre sano debe considerar esta interacción entre individuo y entorno, no como algo limitador, sino como una totalidad más amplia e integradora, que con sus límites le va dando forma.

Solo de la negociación entre entorno e individuo puede este salir con más vitalidad, aportando su propia singularidad, dejándola que se vaya forjando con los demás, en un encuentro lo más humano posible.

Ir estableciendo un mayor contacto con nuestro entorno, estableciendo limites más claros entre este y nosotros, comprender que es nuestro y que del otro, que nos toca solucionar a nosotros y que al otro, nos permite ir desarrollándonos como individuos únicos e irrepetibles, conectando con lo que tenemos en común con los demás, que no es poco.

Después de satisfechas las necesidades de seguridad, surgen otras del desarrollo, que no se cumplen adaptándose, sino aprendiendo a vivir, no se cubren por los demás, sino con los demás y fruto de un descubrimiento de lo que es valioso para uno.

El hombre trata de pactar con la vida troceando la realidad que no quiere reconocer como dinámica y vital, con la pretensión de que si cumple con su parte, la vida le respetara. Tratar de congelar el discurrir de la vida de este modo, nos conduce a la neurosis. Esta búsqueda de la seguridad, esta condenada al fracaso antes o después, y la vida se empeña de una forma u otra de escurrirse al control.

Intercambiamos sufrimiento neurótico, a cambio de aquel otro que es existencial. Dejar de pensar en lo que podría ser y pasar a vivirlo, es dejar espacio a que afloren aspectos de nosotros más integrados. Dejar que las cosas sean lo que son, sin tanta clasificación, es la forma de permitir encarar la vida en lo que es. En la medida que pretendemos arrastrar conductas y circunstancias del pasado, o expectativas del futuro al presente, le estamos dando espacio a la neurosis. Esta solo habita en la huída del presente.

Muchas veces preferimos no ver la realidad de lo que precisamos para nuestra propia felicidad y lo cambiamos, por el engaño de algo más seguro. Congelamos con una distancia emocional aquello que nos toca, poniendo espacio, palabras huecas, desviando la atención, deshaciendo la emoción, justificando, etc., en un proceso que lo único que perpetúa es la ausencia de presencia y de encuentro con el otro.

Es muy importante darnos cuenta de que nosotros solo vemos lo que vemos, y que esto está limitado por precisamente la vasta extensión de lo que no vemos. Al no poder reconocer otras formas más allá, ahí tenemos un punto ciego, en soledad no podemos crecer y es preciso el contraste desde fuera porque somos malabaristas en el arte de autoengañarnos.

La necesidad de control y la supervivencia mandan hasta que nuestro frágil equilibrio se desmorona y estamos preparados para ver más allá.

Momento en que empezamos a DARNOS CUENTA de que lo visto y reconocido como familiar, no es más que una parte dentro de un todo mucho más amplio.


Valencia, 13 de noviembre de 2.005

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